Cuando somos pequeños, aprendemos de las experiencias que vivimos, también aprendemos observando la forma en la que los adultos nos enseñan a vivirlas.
Aprendemos a vivir la vida con mayor o menor disposición a ver el lado bueno y a descubrir la posibilidad de disfrutarla si nuestros padres son personas positivas que ven el lado bueno a lo que les sucede, confiando en ellos mismos y resolviendo los problemas con entusiasmo.
Debemos aprender a manejar las decepciones, afrontándolas como piedras que hay que saltar en el camino y no como como indicadores de incompetencia personal, abrazando los «errores» como parte inevitable del aprendizaje.
La mayoría de los problemas, no son realmente tragedias irremediables, aunque nosotros lo interpretemos así.
Los padres, maestros o tutores podemos hacer mucho para ayudar a los chicos a desarrollar aptitudes para la felicidad. Sembrando semillas de inteligencia emocional y pensamiento crítico, que influyan en su capacidad para percibir e interpretar la realidad.
Promueve la independencia.
Plantéales desafíos y responsabilidades procurando que no sean tan fáciles que no requieran esfuerzo, ni tan difíciles que no los puedan resolver.
Ayúdales a que se cuestionen los problemas y las diferentes alternativas de solución.
Te propongo establecer el diálogo socrático en la dinámica de comunicación con tus niños. Consiste en ayudar a pensar a través de las preguntas. Más que dar una respuesta, vamos haciendo preguntas para que el niño llegue a sus propias conclusiones. Evitemos darles las respuestas ya elaboradas, planteémosles los inconvenientes de diferentes formas y que generen sus propias respuestas.
Debemos recordar que ellos también tienen opinión. Aprovecha esta oportunidad para validar su intervención y pídele su opinión. En ocasiones podrías sorprenderte con su punto de vista.
Fomenta las habilidades resolutivas.
Ayuda a que establezcan un equilibrio razonable entre expectativas, logros y recursos disponibles, para prevenir un exceso de frustraciones evitables. Si lo que esperamos es desmedido, todo logro será poco, y si los proyectos no tienen en cuenta los recursos adecuados para desarrollarlos, corremos el riesgo terminar en el cajón de los «malos recuerdos».
La atención es la caricia más hermosa.
La confianza básica de los niños suele apoyarse en la convicción de que ocupan un lugar importante en la mente de sus padres. Aunque no la ocupen toda, todo el tiempo. Estas experiencias tejen la trama de los vínculos saludables que constituyen una de las fuentes máximas del bienestar.
Fomenta la alegría.
Aprender y enseñar chistes, es un clásico. Nunca pasa de moda. Aprovecha todas las situaciones posibles para divertirte con ellos. Para cultivar el sentido del buen humor. Para verle el lado interesante y divertido a las cosas. Siempre que sea posible, reírte con ellos (aunque no de ellos).
Alimenta la actitud positiva.
Trata de no mostrarse habitualmente quejoso, triste o irritado y de no transmitir mensajes de desesperanza. Los niños tienden a tomar de forma literal lo que reciben de los adultos, y suelen interpretar esos mensajes de modo depresivo y catastrófico.
Procura el tiempo de calidad.
Aunque este sea poco, disfruta compartiendo actividades, motivación, actitud positiva y buena comunicación, estrechando los vínculos entre padres e hijos.
Ya que el rol de padre es, una tarea a tiempo completo que sólo podemos desempeñar a tiempo parcial, podemos implementar rutinas que favorezcan el fortalecimiento de vínculos y calidad de comunicación como: la hora del cuento, armar rompecabezas, juegos de mesa, hacer piezas de arte o manualidades, escribir e ilustrar cuentos propios, cocinar juntos, etc.
Fomenta la autoconfianza.
Ayúdales a cultivar el optimismo. No el de palmada en la espalda, sino el del reconocimiento de los recursos propios, el valor de experiencias pasadas y la confianza en ellos que hemos construido sobre la base de saber “quiénes son y de qué son capaces”.
Aprende a aceptar la vida como proceso.
La vida es una mezcla de azar y razón, de sentimientos y creencias, de lógica y fantasía, de éxitos y fracasos, no podemos pretender controlarlo todo.
Procura tener la serenidad para aceptar lo que no puedes cambiar, valor para cambiar lo que si puedes y sabiduría para entender la diferencia. Sí, es una oración, pero también un consejo que vale la pena recordar con frecuencia. Lo tengo impreso y enmarcado en mi escritorio.
Procura ser un padre feliz, esto es una condición necesaria.
Si tu estado emocional es estable, es mas probable que puedas practicar una crianza proactiva y no una reactiva. Esta última es la causante de la mayoría de las heridas que ocurren durante la niñez y que aun de adultos, son difíciles de superar.
Muchas veces la felicidad de los padres pasa por “ver felices a sus hijos”, pero también, debe ser el fruto del desarrollo de una profesión, la satisfacción que deriva de una vocación o producto de la dedicación a nuestras aficiones.
La felicidad, es un estado de bienestar basado en sentimientos de paz y serenidad, autoestima y satisfacción personal, en el que los momentos positivos superan en número e importancia a los negativos.
Es posible construir climas interpersonales favorables al bienestar, aprendiendo actitudes diferentes que sustituyan las que nos hacen sufrir. Esto depende de nosotros y, si creemos que no lo tenemos, deberíamos trabajar para conseguirlo.